La noche en que Cortés ¿lloró?

¿Realmente Hernán Cortés lloró en el famoso árbol de la Noche triste? ¿Por qué llamamos mexicanos a los mexicas? Este es parte del análisis de Luis Fernando Vivero.
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Sobre la calzada México-Tacuba, al noroeste de la Ciudad de México, se yergue, a pesar del paso del tiempo y de los incendios, el tronco de lo que fuera un muy alto ahuehuete. La tradición ha designado este sitio como el lugar donde Hernán Cortés lloró al salir huyendo de México-Tenochtitlan en el episodio conocido como “La Noche Triste”, del que se cumplieron 500 años el pasado 30 de junio.

Pero lo cierto es que, según historiadores como Patrick Johansson (UNAM), ninguna crónica contemporánea a la Conquista de México señala que Cortés haya llorado, sino más bien que se apesadumbró por las pérdidas de vidas humanas de sus huestes, así como del oro y demás objetos preciados que se cayeron en el lago durante la lucha con los mexicas en aquella noche lluviosa.

A raíz de las conmemoraciones de este año y el siguiente —sobre los acontecimientos registrados hace cinco siglos en torno a la conquista hispana— han surgido algunas voces que, no dudo que sea de buena fe, plantean revisar una vez más los sucesos a través de la mirada de los indígenas. Para muestra basta un botón.

Sobre la protección de hierro que circunda el ahuehuete donde, según la leyenda, Cortés lloró, fue recientemente colocada una placa que se intitula “Conmemoración de los 500 años de la Noche Victoriosa” y una placa secundaria que reza lo siguiente: “El pueblo de México de hoy rinde homenaje a los mexicanos que en histórica batalla vencieron a los invasores españoles, luchando por la preservación de nuestra cultura e identidad como nación”. Firma el titular de la alcaldía Miguel Hidalgo de la Ciudad de México.

Aunque a primera vista parece ser una placa conmemorativa que tiene las mejores intenciones no deja de ser una interpretación anacrónica de los acontecimientos y peca de lo mismo que pretende erradicar. Es un error llamar “mexicanos” a los “mexicas” pues, aunque las palabras son semejantes, los “mexicas” fueron un pueblo nahua del centro de México que se defendían de una invasión y no luchaban por la cultura e identidad de un país que todavía no existía.

Pero seamos claros, esta visión equivocada no es propia del alcalde “de la Miguel Hidalgo”, sino más bien se trata de una percepción casi generalizada en una cantidad no minúscula de mexicanos. Me atrevo a afirmar esto a partir de la Historia que generalmente se enseña en las aulas de educación básica y media superior, orientada a explicar el pasado como riñas constantes entre dos bandos opuestos como si de una novela se tratase. Una apreciación que todavía hoy concibe a los españoles como invasores de un México inexistente, como lo refrendó, por ejemplo, el presidente López Obrador hace unos meses al solicitar al rey de España su perdón por la conquista.

Pero habrá que advertir que esto tampoco es particular de los tiempos recientes. Hablando propiamente de México, la Historia no pocas veces ha servido como paladín para justificar acciones del presente, como ejemplo de virtudes y aspiraciones personales, como jueza y maestra de vida y, en el caso que aquí nos ocupa, como formadora de consciencias e identidades nacionales, en un país que difícilmente puede ser definido como una sola nación si no se toman en cuenta la diversidad de etnias que lo integran.

Así que lo acontecido hace 500 años y el discurso construido de la Noche Triste, que se ha nutrido a lo largo de estos cinco siglos, debe motivarnos a pensar no sólo en la veracidad del acontecimiento sino de los diferentes usos que hoy se le están dando a la historia, pues lo que conocemos del pasado no son los testimonios en bruto, sino las interpretaciones que las sociedades han hecho de los mismos y el sentido que les han conferido.

Sigo insistiendo; estos dos años son propicios para esas reflexiones. Las comunidades académicas lo están haciendo, pero ¿qué sucede con aquellos que no son academia?

SÍGUEME: @ViveroDominguez 

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