El espejo de los empresarios

Hoy parece que el léxico del español también sirve para distinguir y producir estereotipos. Analiza el historiador Luis Fernando Vivero Domínguez, a propósito de la columna de Eduardo Gaccia, en el periódico Reforma.
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El pasado domingo 23 de mayo el periódico Reforma publicó un editorial de Eduardo Gaccia, apodado “El Cachas”, titulado “¡Vas, carnal!”. En este, Gaccia se propuso dirigir un mensaje al sector obrero de México con el objetivo de incitar al voto en la jornada electoral del próximo 6 de junio, de manera particular a favor del grupo opositor al gobierno federal. La publicación fue compartida en redes por empresarios como Gustavo de Hoyos Walther, expresidente de la Confederación Patronal de la República Mexicana (COPARMEX).

El mensaje de Hoyos con respecto a este editorial fue “Muchos empresarios me han preguntado cómo hablarles a sus colaboradores acerca de la importancia de su voto en las próximas elecciones. Un buen ejemplo para codificar el mensaje nos lo da Eduardo Gaccia. Ustedes saben cuál es el mejor conducto”. Tanto el editorial como la publicación de De Hoyos generaron bastante polémica, pues el texto de Gaccia pretendía dirigirse a un sector amplio de la sociedad mexicana que, según el propio Gaccia y Gustavo de Hoyos, maneja un léxico diferente, piensa distinto y, por lo tanto, hay que hablarle en palabras llanas para que entienda.

No me voy a detener en revisar las ideas que usó Gaccia para granjearse el voto a favor de la oposición (como el hecho de afirmar que los intereses de los patrones son los mismos que los de los obreros), pero sí la forma en que un puñado de empresarios y políticos nos ve desde las altas cúpulas del poder económico en México. Cabe advertir que esto no es nuevo, al menos en la materia de ver al otro como inferior e ignorante.

Sin el afán de caer en anacronismos, la lengua ha desempeñado un papel importante en la distinción de clases. Por ejemplo, cuando Bernardino de Sahagún recopiló las historias de los últimos mexicanos sobrevivientes a la guerra de conquista en el siglo XVI, estos coincidieron en que los otomíes eran gente bárbara por las dificultades de su idioma. Ya en el siglo XVIII, las autoridades del entonces virreinato de la Nueva España consideraban la supervivencia de las lenguas de los indios como un obstáculo para su entendimiento y un aliciente de su ignorancia.

Hoy parece que el léxico del español también sirve para distinguir y producir estereotipos. La manera en que hablan los “nacos” según las series televisivas y programas de comedia, y que está fuertemente asociada con sectores de pocos ingresos económicos. Pero el problema que, a mi juicio, es más fuerte, es la ausencia de realidad que tienen aquellos que pretendiendo dirigirse a un público amplio con un lenguaje coloquial (que por cierto, cae en la burla), intentan identificarse con un sector con el que nunca se han identificado.

Secundo el mensaje de Lorenzo Meyer: “Cuando el líder empresarial Gustavo de Hoyos recomienda la columna clasista de Reforma, lo que consigue es un perfecto retrato de sí mismo”.

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