La tercera ola de contagios covid-19 dejó mal paradas a las autoridades, tanto del gobierno estatal como del federal, luego de que repentinamente anunciaran el regreso al semáforo naranja en varias entidades, incluido el Estado de México.
El crecimiento de contagios era inminente desde mediados de junio, pero la baja incidencia de muertes era quizá la esperanza de que seguían domando la pandemia. Las cifras eran más que claras, nuestro país pasó de los cientos de contagios a los miles; más de 13 mil en un solo día, imagínese son municipios completos, pero como no había tantas muertes pues parecía que no era importante.
El Estado de México duró solo seis semanas en semáforo verde, de hecho hay voces calificadas que indican que no debió cambiar nunca de color. Lo irónico del tema es que este cambio se da el 7 de junio pasado, un día después de la jornada electoral, sí, como para legitimar haber tenido en amarillo a la población antes de los comicios, hoy la realidad muestra que no fue así.
La gente desde luego ha cuestionado esta decisión, y sí, tienen razón, el verde seguía siendo un amarillo y el amarillo un naranja, pero al parecer se sufre de daltonismo en el semáforo epidemiológico. El retroceso de verde a amarillo y de inmediato a naranja confirma que la pandemia está más que activa, aunque los hospitales ahora no estén repletos.
Mañana el Estado de México regresa al naranja, pero ya lo verá, será un amarillo casi verde, porque socialmente la gente ya se cansó y ha perdido también credibilidad en las autoridades. Por mi parte le puedo decir que la pandemia es más fuerte que las decisiones y que a ninguna autoridad le importará si son una, dos o treinta muertes, si son sus padres, sus hermanos o conocidos.