Historia y amarillismos

El uso de la historia como sensacionalismo, con tintes amarillistas y para mover sentimientos o emociones es más que ruin.
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El poeta y activista Javier Sicilia publicó hace unos días en la revista Proceso una columna donde calificaba al actual presidente de México como un símil de Adolfo Hitler, comparándolo con el evento multitudinario celebrado el 1 de diciembre en el Zócalo de la Ciudad de México por los tres años de gobierno de esa administración. La comparación causó revuelo, aunque no fue la única, pero no precisaré en enunciarlas todas aquí.

Las comparaciones en la historia pueden tener dos directrices, por un lado, sirven para que un sujeto externo pueda tener un acercamiento sobre las dimensiones o características de aquello que se desea explicar. Por otro lado, parten de la premisa de que la historia es maestra de vida, y que debemos estar alertas para saber reconocer los acontecimientos que se repiten con el objetivo de evitarlos o frenarlos. Cualquiera de las dos directrices, a mi juicio, son delicadas porque ¿cómo se puede decir que “x” es como “y” sin afirmar que son lo mismo? ¿Hay, acaso, un modelo de los acontecimientos o procesos sociales bajo el cual se deban ajustar otros tantos que sucedan después?

Es complicado hacer comparaciones en la Historia, aunque esto no significa que sea inválido el método comparativo. Lo que es arriesgado es insinuar que dos procesos fueron iguales y que tendrán el mismo desenlace. En la política mexicana ha sido un argumento muy presente en los años más recientes al utilizar a la historia como argumento que no sirve para explicar, sino para advertir de un destino al que llegaremos si continuamos por el mismo camino.

El uso de la historia como sensacionalismo, con tintes amarillistas y para mover sentimientos o emociones no solamente es ruin, sino que se aleja de los verdaderos intereses de la Historia y poco o nada contribuye a la discusión crítica y sensata de la política nacional y de los problemas más importantes del país. Parece que navegamos en dirección contraria a esto y, para mi sorpresa, esta tendencia la han ido extendiendo quienes debieran ser los primeros en rechazar estas comparaciones tan burdas. ¿De qué sirve, pues, decir que el presidente mexicano es como Hitler?…

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