La verdad histórica

Llamar “verdad histórica” a la versión oficial de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, salió contraproducente para los autores de la misma que hoy ven que su relato se cae.
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Este lunes 28 de marzo, el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) presentó un tercer informe sobre sus investigaciones en torno al caso de la desaparición y muerte de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, en el municipio de Iguala, Guerrero. Las novedades (que no voy a tratar en este espacio) responden a la apertura de información resguardada por las fuerzas armadas mexicanas a las que tuvo acceso el grupo de investigadores.

  Con esto cada vez han quedado mayormente demostradas las implicaciones del gobierno federal en el acontecimiento, quizás, más trágico del sexenio de Enrique Peña Nieto, cayéndose a pedazos lo que vulgarmente se ha conocido como “verdad histórica”, mote con el que calificaron las propias autoridades a la versión oficial sobre la desaparición de los normalistas en septiembre del 2014.

Ahora que está en tendencia el uso de este calificativo, convendría recordar que las verdades históricas no existen, pues la “verdad” solo constituye una interpretación sobre algún acontecimiento, nutrida de testimonios que permiten construir una idea de eso que denominamos verdad. Las ciencias sociales trabajan de esa manera, por lo que no debería de sorprendernos que, ante el acceso a nuevo material sobre la desaparición de los normalistas, las versiones oficiales que no admitían revisión comiencen a cuestionarse y a tildarse por equivocadas.

     La “verdad” es algo imposible de conocer porque constantemente se actualiza. Sucede con un historiador, que al hallar un testimonio escrito o una fotografía que modifique su tesis sobre algún proceso del pasado, se ve obligado a brindar una nueva versión del mismo. Sucede de igual forma con el arqueólogo, cuyo conocimiento de las sociedades antiguas está en función de los restos materiales que encuentre, obligándole a actualizar constantemente sus interpretaciones.

Llamar “verdad histórica” a la versión oficial de aquel trágico hecho salió contraproducente para los autores de la misma que hoy ven (pareciera que con cierto asombro) que su relato se cae. Fue demasiado arriesgado darle un valor absoluto a una versión que seguramente sabían que en cualquier momento podría desmontarse.

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