Derivado de la acusación contra 31 funcionarios del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) por parte de la Fiscalía General de la República (FGJ), salió a la luz la beca otorgada por aquella institución a Mariana Imaz Sheinbaum, hija de Claudia Sheinbaum, actual jefe de gobierno de la Ciudad de México, donde había recibido, en 2016, una beca cuyo monto total ascendía a un millón de pesos para estudiar un doctorado en el extranjero, en las áreas de Filosofía e Historia.
La publicación de esta información sirvió para que un importante sector de internautas cuestionara la responsabilidad (y facultad) que tiene el CONACYT de otorgar apoyos para estudios de posgrado en ciencias sociales y humanidades, aduciendo que por ser un consejo de “ciencia” y “tecnología”, no existe punto de convergencia entre las áreas apoyadas y el objetivo de la institución. Con fines de golpeteo político (asunto en el que no voy ni deseo intervenir) se pusieron en tela de juicio el carácter de ciencia de varias ramas del conocimiento humano.
Esta ola de críticas alcanzó también a algunas figuras públicas, por ejemplo, al monero Francisco Calderón, conocido por su rechazo a la política de nuevo etiquetado en productos que producen padecimientos relacionados con la mala alimentación. Calderón señaló que ciencias como la Filosofía no merecían ser apoyadas por el CONACYT, o al menos no con montos tan altos, pues debían destinarse a áreas que tuvieran mayor impacto o productividad. Lo triste no solo ha sido que se ponga en duda una ciencia, sino que se construyan prejuicios estereotipos contra becarios de instituciones de educación superior que requieren el apoyo de estas instituciones para continuar con su formación; apoyos que, dicho sea de paso, no dependen irrestrictamente de la situación económica sino de la excelencia del estudiante.