Tratamientos, protocolos y autoridad

El nuevo arzobispo de Toluca, Francisco Javier Chavolla Ramos, recibió el palio arzobispal. No fue nada fortuita la asistencia de políticos mexiquenses ¿Por qué?
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Hace unos cuatro siglos gobernaban en el actual territorio mexicano, lo que en su momento se conocía como el virreinato de la Nueva España, dos autoridades supremas. Por un lado, en el ámbito de las cuestiones civiles (llamadas en su momento “temporales”) el virrey, quien fungía como representante del monarca español en los territorios americanos; y por otro lado, en el terreno de lo espiritual, el arzobispo, titular de la Iglesia y representante del Papa.

Cuando un nuevo virrey llegaba a la Nueva España las ceremonias de recepción eran elocuentes. Se trataba, ni más ni menos, que del representante del rey español, por lo que el virrey era tratado desde su arribo como si fuese el propio monarca quien llegara. Con el arzobispo sucedía un ceremonial semejante cuando desembarcaba en el puerto de Veracruz. Los protocolos y las formas importaban bastante en una sociedad donde el honor y el integraban los méritos que distinguían a un súbdito de otro.

            Los tratamientos entre las diferentes autoridades del virreinato, desde las más inferiores en la jerarquía social hasta las más altas tampoco podían prescindir de las fórmulas. En la documentación de época es fácil advertir, para el arzobispo, por ejemplo, que la deferencia más común era “Su Señoría Ilustrísima”, mientras que para el virrey lo era “Su Excelencia”. Y para algún alcalde mayor, como el de la Provincia de la Plata de Sultepec, a mediados del siglo XVI, me he encontrado con el acatamiento de “Muy Magnífico Señor”.

Uno podría imaginar que estos protocolos y tratamientos que dejaban entrever las diferencias jerárquicas entre quienes los ostentaban, ya no existen en nuestro presente. Pero solo basta con ser atentos a la realidad cotidiana para advertir que estaríamos equivocados si lo pensáramos así.

Ayer por la tarde-noche, el nuevo arzobispo de Toluca, Francisco Javier Chavolla Ramos, recibió del nuncio apostólico Franco Coppola el palio arzobispal. Un rito católico mediante el cual Chavolla Ramos asumió formalmente como titular del nuevo arzobispado mexiquense. Llamó mi atención y la de otros colegas la presencia de algunas autoridades a nivel estatal como el gobernador, su esposa, miembros del gabinete legal, el alcalde de Toluca y un número seleccionado de invitados especiales. Por si fuera poco, en la ceremonia religiosa participó la Orquesta Filarmónica de Toluca.

            No es mi intención someter a discusión aquí el Estado Laico. Sin embargo, es pertinente subrayar que nada en esa ceremonia fue fortuito, y que más allá de las buenas intenciones, la presencia de los titulares del Ejecutivo estatal y municipal obedecen a actos protocolarios que rememoran antiguas fórmulas y tratamientos utilizados en aquellas sociedades pretéritas.

¿Qué hubiese pasado si el gobernador o el presidente municipal de Toluca se hubiesen negado a asistir? Si algo semejante hubiese pasado en la Nueva España del siglo XVII ya habría sido motivo de escándalo y sin duda la noticia habría llegado a los oídos del rey. En nuestro siglo XXI quizás no iría más allá de una descortesía, sin embargo ¿quién se puede negar a felicitar al arzobispo en su nuevo cargo?

A manera de epílogo. En las redes sociales de no pocos funcionarios de los tres órdenes de gobierno es común encontrar en su vocabulario oficial: “por instrucciones del señor presidente”, “por órdenes del señor gobernador”. Y eso me lleva a recordar en un alto número de documentos del periodo novohispano que finalizaban con la fórmula siguiente “Por mandado de Su Majestad”.

            Cierto es que las circunstancias son distintas, por mucho, pero ¿qué tanto nos hemos desvinculado de los “lejanos” protocolos del pasado?

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