Una oportunidad perdida

En este año quedó demostrado que aún estamos lejos de la meta de lograr una sociedad crítica con perspectiva histórica.
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En vísperas del año 2022 es inevitable seguir aumentando la lista de buenos deseos para el nuevo año que está por iniciar. La semana pasada compartía en este mismo espacio como uno de mis propósitos la construcción de una intelectualidad mexicana cada vez más cercana y conectada con los problemas reales de la sociedad, de manera que quienes mejor piensan puedan abonar a ampliar y conducir los criterios del resto de la población por caminos correctos.

A lo largo de este año he subrayado en múltiples ocasiones las tergiversaciones comunes en el uso de la historia como herramienta política, como arma de convencimiento o como falso argumento para propósitos particulares en diferentes esferas de la vida pública nacional e internacional. De manera especial, este año se prestó bastante a esta situación por las diferentes conmemoraciones registradas como el quinto centenario de la conquista española y el bicentenario de la consumación de la independencia mexicana, ambos eventos difícilmente desligados de las circunstancias globales tanto de aquellas épocas como la actual.

El próximo 2022 parece tener un peso menor en este tipo de celebraciones, pero no está de más remarcar como otra importante tarea el dejar atrás las falacias con el uso “perverso” de la historia con motivos personales o de grupo. Aunque desde sus inicios la historia surgió ligada íntimamente al poder y a la política, no deja de ser un uso incorrecto la utilización de datos de manera exagerada o malintencionada y de comparativos que, en lugar de explicar, confunden y convierten un conocimiento serio en una cascada de amarillismos.

En este año quedó demostrado que aún estamos lejos de la meta de lograr una sociedad crítica con perspectiva histórica. Las conmemoraciones del 2021 tuvieron un efecto positivo dentro de la academia con la realización de una variedad de eventos en donde se discutieron nuevas posturas sobre la conquista de 1521 y la independencia de 1821, pero fuera del círculo parece que la situación no tuvo cambios ni ecos tan notables en la percepción y uso que hace la sociedad sobre su pasado, más que su utilización tergiversada (como ya dije) con fines personales o grupales.

Grupos de la ultraderecha española y pseudohistoriadores, por ejemplo, continuaron construyendo un discurso agresivo y manipulado sobre la llegada europea a América, ocurrida hace cinco siglos, con el objetivo de sacar a flote su discurso racista a fin de injerir en la política interna de países latinoamericanos. Más allá de su intervención pesan más los recursos utilizados para tal efecto, tales como asegurar que España había llevado la civilización a América y que ahora existía, de nueva cuenta, una razón teleológica para inhibir el crecimiento de las izquierdas en América Latina, interpretado este último como el “avance del comunismo”.

Ampliar los canales entre los académicos y la sociedad en general es una tarea faltante que, desde mi juicio, poco se atendió en este año que culmina; un año que se constituía como una oportunidad de lujo para disminuir la brecha entre la intelectualidad y el resto de la población y que, por el contrario, se alimentó nuevamente de interpretaciones sesgadas sobre el pasado.

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