Agosto y sus conmemoraciones

La caída de Tenochtitlan, del 13 de agosto de 1521, es un suceso que ha tenido menos repercusiones en la población que las conmemoraciones de septiembre y noviembre de 2010.
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Comenzó el mes de agosto y con él el ímpetu por las conmemoraciones relativas a los 500 años de la conquista de Tenochtitlan, un acontecimiento que ha sido constantemente referido en el discurso de la presente administración federal. Limitada, quizás, por la pandemia, las actividades académicas y culturales realizadas en los últimos meses no se han hecho esperar; y, particularmente en este recién iniciado agosto, seguirán siendo intensas las jornadas. 

Congresos, ciclos de conferencias, conversatorios y publicaciones están ofreciendo perspectivas recientes sobre el significado de aquel suceso, mientras que para un público más amplio y menos especializado las exposiciones museográficas, las actividades culturales públicas o los programas televisivos han pretendido sembrar en el espectador un conocimiento general sobre las implicaciones de estas conmemoraciones.

Sin embargo, el recuerdo de la caída de Tenochtitlan, del 13 de agosto de 1521, es un suceso que ha tenido menos repercusiones en la población que las conmemoraciones de septiembre y noviembre de 2010, cuando se montó un programa de gran envergadura para celebrar los 200 y los 100 años del inicio de la independencia y la revolución mexicana, respectivamente. Las razones de este contraste son diversas, por un lado, sin importar el año del que se trate, el comienzo de la guerra de independencia ha sido un suceso extendidamente celebrado hasta nuestros días. Por otro lado, la fecha del 13 de agosto se tornó inadvertida pues figuró en la colectividad como una conmemoración asociada al régimen español.

Bajo apreciaciones discutibles el gobierno federal ha apuntalado parte de su discurso a través de las conmemoraciones relativas al 13 de agosto, por ejemplo, la solicitud de perdón a España por las masacres causadas en pos de someter a los otrora pueblos mesoamericanos bajo su régimen, el renombramiento de la estación del Metro Zócalo por Zócalo-Tenochtitlan y el cambio de nombre del Árbol de la Noche Triste por Árbol de la Noche Victoriosa, solo por mencionar algunos. 

No obstante, lo que a mi juicio se puede rescatar, entre otras cosas, es la buena idea de traer a la reflexión pública un acontecimiento trascendental que, bien que mal, contribuye al interés de los mexicanos por la historia. Veremos, seguramente, en los siguientes años algunos estudios comparativos sobre las conmemoraciones de 2010 y 2021 que nos permitan entender más cabalmente el significado que tuvo traer a la discusión actual un tema que generalmente pasaba inadvertido para el resto de la población.

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