¿Educación por televisión? Un proyecto nada nuevo

La estrategia de educar por televisión no es nueva, sus orígenes se pueden rastrear a la década de 1960 con la Telesecundaria. Pero, ¿será benéfico?
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Hacia mediados del siglo pasado, el XX, en México, contar con un aparato de televisión era una cuestión de privilegio. Así como lo fue ser poseedor de un teléfono de casa y, más tarde, de una computadora. El número de familias que contaban con un aparato de transmisión de imágenes por satélite era minúsculo y en no pocos de los casos, su presencia se concentraba en los centros urbanos. En los pueblos de provincia, existía, acaso, una televisión, que en varias ocasiones era uno de los principales atractivos para todos los pobladores.

Comprar un televisor —ni se diga de los televisores a color—, era motivo de felicidad y reunión para la familia que lo adquiría. Y de la misma manera que lo fue el comprar, más tarde, una computadora o un teléfono móvil, pues no se trataba de una adquisición cotidiana. Si intentásemos establecer un referente en el presente, la dimensión podría ser adquirir una casa, un departamento o un espacio donde vivir.

Hoy las condiciones son bastante diferentes. Según datos obtenidos de la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares, realizada en 2018, un poco más de 30 millones de hogares mexicanos tenía acceso a un televisor. Esta cifra, si bien es bastante halagüeña, no debe suponerse universal, mucho menos que el acceso a la programación de calidad también lo sea.

En virtud de lo anterior, el lunes de esta semana fue presentada la estrategia que implementará el gobierno mexicano para poder iniciar, sin atrasar, el próximo ciclo escolar en los niveles básico y medio superior. Y sí, la apuesta es a la transmisión de una programación educativa por los principales canales de televisión abierta mexicanos. Aunque la propuesta es buena, y quizás la más indicada pues sería un error poner en marcha las clases presenciales, deben tomarse los elementos en contra que podrían volver poco eficaz el retorno a clases televisivo.

Habrá que señalar que la educación por televisión no es nueva. Sus orígenes se pueden rastrear a la década de 1960 con la Telesecundaria, cuyo propósito central fue disminuir el rezago educativo en las zonas rurales y más marginadas del país que no contaban ni con caminos, ni con profesores. La educación a distancia permitió que miles de jóvenes accedieran a conocimiento de calidad siempre que contaran con un aparato televisor, energía eléctrica y, sobre todo, señal satelital. En efecto, el proyecto fue bueno y desde luego que existieron beneficios considerables. Pero tampoco fueron pocas las escuelas telesecundarias que carecían de energía eléctrica, televisión o señal transmisora del contenido educativo.

Por eso mi interés y preocupación en la propuesta de la Secretaría de Educación Pública por poner en marcha el inicio del nuevo ciclo escolar a través de programación televisiva. Alrededor de este proyecto existen elementos en contra que las instituciones deberán tomar en cuenta para paliar el rezago escolar que se derive de la ausencia de condiciones sanitarias para las clases presenciales. 

Con ello no rechazo la propuesta porque, hasta ahora, parece ser la más factible. Pero conviene recordar que vivimos en un país con realidades sociales muy contrastantes, y si para muchos hoy ya no es un lujo contar con un aparato televisivo en casa —tal cual lo fue a mediados del siglo pasado—, para un gran porcentaje sí lo es. 

Que en México, no contar con una televisión, hoy tampoco sea una limitante en el acceso a una educación de calidad.

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