El espejismo de la nación mexicana

¿Qué intención tiene la petición de devolución a México de objetos resguardados en acervos y museos extranjeros? ¿Pacificar al país?, es el análisis semanal del historiador Luis Fernando Vivero.
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Como usted y yo hemos visto, en las últimas semanas ha figurado como tema central la devolución de objetos resguardados en acervos y museos extranjeros, que son considerados patrimonio de la nación. Por razones muy diversas una cantidad inimaginable de objetos arqueológicos, documentos y pinturas integran colecciones de repositorios que no precisamente se encuentran en sus lugares de origen. Así, tal cual lo he referido en otras editoriales, de la misma manera en que México reclama la devolución de varios de estos objetos, nuestro país alberga —en colecciones privadas y de gobierno— bienes cuyo origen no es este.

            Pero a todo esto una pregunta está en el aire, o varias (quizás). Pero la que quiero responder es la siguiente ¿por qué se vuelve tan importante la devolución de un objeto de esa naturaleza? Hablando de manera especial sobre el “penacho” de Moctezuma y algunos códices conservados en repositorios europeos como el códice maya de Dresde y el Códice Florentino, recientemente solicitados por el gobierno federal.

Al menos en el caso mexicano, no hay nada nuevo bajo el sol. La recuperación de objetos arqueológicos se extiende, al menos, a la primera mitad del siglo XIX, cuando en los inicios de la vida independiente de nuestro país se volvió una necesidad la creación de una consciencia nacional. Dicho de otro modo, la fundación de un Museo Nacional, a un costado del Palacio Nacional fue la materialización temprana de los deseos por transmitir a la sociedad de aquel entonces la idea de que formaba parte de un territorio unificado no sólo por límites políticos, sino por una historia en común.

Desde entonces la historia (y cómo se cuenta esta) ha sido una herramienta de gran valor para generar estabilidad política en el país, pero no es más que un espejismo, pues su costo involucra la creencia de que sólo existe un pasado y que el México actual es heredero de una sola cultura ancestral: la mexica. Por una razón no fortuita el escudo nacional es la recreación de la leyenda fundacional de la ciudad prehispánica de Tenochtitlan. Pero ¿dónde quedó el sello de la gran diversidad de grupos originarios que existían en estos territorios a la llegada de los hispanos en el siglo XVI?

Varios especialistas han coincidido en sus opiniones cuando consideran que la solicitud de devolución (o préstamo) de estos objetos tiene la intención de consolidar una consciencia nacional, no obstante que por desgracia se haga bajo el auspicio de una errada interpretación del pasado. Pues como diría el historiador Lorenzo Meyer, las naciones son una ficción, una creación artificial que, aunque existe en papel, es imposible verla.

            Sospecho que hay aquí, al menos una intención positiva, que es la de pacificar al país recordando que todos somos herederos de una historia común (aunque eso en la realidad no exista). Durante el conflictivo siglo XIX mexicano, sin lugar a dudas la historia terminó siendo un arma para lograr la unidad perdida desde la guerra de independencia. Tan solo recordemos que en el periodo decimonónico se creó el actual himno mexicano, fue “confeccionado” el retrato de Miguel Hidalgo, se recuperó el acta de independencia por el bibliófilo Joaquín García Icazbalceta, y Vicente Riva Palacio escribió la monumental obra México a través de los siglos.

            ¿Acaso se intenta hacer algo parecido? La intención parecería ser buena, pero ¿las formas son las correctas? ¿Hay otras maneras de “pacificar” y unificar al país con la Historia, pero sin interpretaciones erradas del pasado? Lo dejo a su reflexión.

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