El retrato de Madero y los fines políticos de la historia

Los grafitis realizados a los retratos de Hidalgo, Juárez y Madero en la sede de la CNDH no son desmoralizantes. Lo verdaderamente desmoralizante es que las demandas de estos colectivos continúen sin ser resueltas.
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La sede de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), ubicada en el Centro Histórico de la Ciudad de México, fue tomada el pasado jueves 3 de septiembre del 2020 por varios colectivos feministas. El motivo ha sido la poca o nula atención y seguimiento dados por esta institución a las desapariciones de mujeres y a los feminicidios; un mal que azota a nuestro país desde hace varios años y que cada vez va en aumento.

Además de los legítimos reclamos que estos colectivos manifiestan, circularon las imágenes de un conjunto de cuadros extraídos del interior del edificio, donde aparecen retratados personajes de la historia política nacional como Miguel Hidalgo, Benito Juárez o Francisco Ignacio Madero, grafiteados con pintura en aerosol. Muy contrario al asunto central que motivó la toma de las instalaciones de la CNDH, en algunos medios y en las redes sociales escandalizaron más las “pintas” realizadas a estos cuadros, no tanto por tratarse de obras de arte, sino por los sujetos allí plasmados.

            La escena sirvió para que —no pocos— sectores de la sociedad civil desacreditaran a los colectivos, la ocupación del edificio de la CNDH y sus demandas. La vox populli (y hasta el propio presidente) llegó a cuestionar los destrozos al edificio aludiendo a los “revolucionarios de antaño, que de manera pacífica lograron cambios para sus sociedades; personajes icónicos que entregaron su vida por la ‘patria’; en suma, modelos y ejemplos a seguir cuyos retratos no debieron ser ultrajados”.

Estamos, nuevamente, ante un caso donde impera la visión moralista de la historia, que mucho ha servido al Estado en la construcción de una identidad nacional, pero que en la realidad difícilmente puede hallarse. Pero vayamos por partes, pues la exaltación de personajes del pasado mexicano no es un asunto reciente.

Mucho antes de que la Historia adquiriera el carácter de ciencia, en la segunda mitad del siglo XIX, este campo del conocimiento estuvo en riesgo de quedar desacreditado. A la Historia se le adjudicó falta de rigor científico y ausencia de utilidad. La existencia de una teleología, es decir, de un fin o propósito del curso de los procesos políticos cuestionaron aún más la pertinencia de esta ciencia.

            Con la emergencia del Positivismo, la Historia encontró su “salvavidas”. Para poder demostrar su rigor apostó al análisis de los documentos. Así, estudiar el pasado y reconstruir la interpretación de un acontecimiento quedó en manos de la evidencia documental: sólo lo que estaba referido en un documento había sucedido y era posible estudiarse.

Así, para las últimas dos décadas del siglo XIX y la primera del XX, la búsqueda de evidencia acerca de los personajes y acontecimientos políticos del pasado fue fundamental para la construcción de un Estado-Nación, de una consciencia y de una identidad nacionales. Esa, al parecer, era la llave para unificar un país polarizado por la guerra y, en buena medida, la Historia y los documentos desempeñaron un papel primordial. Un pasado común era la solución.

            Como la mayor parte de esa documentación de interés involucraba individuos fácilmente reconocibles, se concibió un discurso histórico basado en las decisiones de personajes de las esferas políticas del pasado. Por esa razón, Porfirio Díaz abrigó el proyecto de redacción de una biografía de Miguel Hidalgo con motivo del Centenario de la Independencia de México, a la vez que esto le permitía justificar su estancia en el poder.

            Hoy sabemos que los documentos no son la única ventana para conocer el pasado y que la idea fincada en que el curso de los acontecimientos depende de unos cuantos individuos es falsa. Explicar la independencia de México no se constriñe a entender las acciones tomadas por Miguel Hidalgo; como tampoco el curso de la “Revolución Mexicana” se sujetó a los pareceres de Madero. Condiciones y situaciones multifactoriales detonan los sucesos y procesos sociales, luego entonces los “héroes” dejan de serlo para convertirse en un eslabón más del pasado.

Así que, la aureola de santidad que recubre a determinados personajes de la historia mexicana no es cierta y sólo responde a intereses e interpretaciones del grupo dominante en turno. En conclusión, los grafitis realizados a los retratos de Hidalgo, Juárez y Madero realizados por los colectivos feministas en la CNDH no son desmoralizantes. Lo verdaderamente desmoralizante es que las demandas de estos colectivos continúen sin ser resueltas.

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