El valor de una palma

El pasado 24 de abril fue retirada del Paseo de la Reforma una palmera de al menos 100 años de vida. El carácter simbólico de esa especie generó varias críticas.
COMPARTE:

El pasado 24 de abril fue retirada del Paseo de la Reforma una palmera de al menos 100 años de vida, de la glorieta que lleva su nombre. Esta especie endémica de las Islas Canarias no sobrevivió a un hongo que afecta a las especies de su tipo y desde hace casi tres décadas se había advertido que no sobreviviría salvo que fuese trasplantada a Ciudad Universitaria, pues el sitio donde estaba no era su hábitat original.

Fue en este contexto en que el gobierno de la Ciudad de México decidió retirarla, no sin antes realizarle un respectivo homenaje y someter a consulta popular la elección del nuevo árbol que sustituirá a la palma en el mismo sitio donde habitó un siglo. El carácter simbólico de esa especie generó varias críticas sobre la responsabilidad de quien debía cuidarla. Aunque no abundaré en ello, sí quiero destacar que el acontecimiento bien puede situarse a la par de lo sucedido con la estatua de Cristóbal Colón, que también fue retirada del mismo Paseo de la Reforma el año pasado.

El valor simbólico que se le ha otorgado a estos monumentos va de la mano con el pensamiento de que se está destruyendo la ciudad, o al menos con los elementos que le daban identidad; por ejemplo, la misma palma le daba su nombre a la glorieta que la albergó. Aunque esto no es menor y, en efecto, la disposición de los monumentos y edificios urbanos hablan mucho de quien los coloca allí, me parece que deberíamos estar más acostumbrados a este tipo de transformaciones y verlas como algo más natural.

La catedral metropolitana de la Ciudad de México no adquirió la imagen que tiene ahora sino hasta el siglo XIX, la escultura de Manuel Tolsá no siempre estuvo frente a la plaza que hoy lleva su nombre, y la zona arqueológica del Templo Mayor no existió sino hasta su descubrimiento en 1978. Es decir, la reconfiguración de los espacios naturales y humanos es algo normal, de lo que hemos sido testigos durante casi toda la historia humana.

Claro que, el sentimiento de nostalgia no desaparece, es humano, pero asimilarlo como un acto destructivo de la identidad me parece que está fuera de lugar. Al fin y al cabo ¿quién construye su identidad? ¿No somos nosotros mismos?

Videos recientes

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *