Eurofilias y rusofobias

Si bien hay quienes afirman que el rechazo a la vacuna rusa es un resabio de la Guerra Fría, a mi juicio lo que sucede es que estamos insertos en una cultura occidental imperante y bajo intereses políticos y económicos que no podemos hacer a un lado.
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Hacia 1780-1781, el jesuita novohispano, Francisco Javier Clavijero escribió, desde el exilio, una de sus obras más famosas, la Historia Antigua de México. El documento lo dividió en dos grandes secciones, la primera, reservada al estudio de las civilizaciones del centro de México, y la segunda, compuesta por un conjunto de disertaciones. En estas últimas, Clavijero discutió con algunos naturalistas de su época como Cornelius de Pauw y Georges Louis-Leclerc, conde de Buffon, sobre aspectos relativos a la naturaleza, el pasado y las cualidades físicas y morales de los mexicanos.

Según el pensamiento de carácter eurocentrista (que no era nuevo para aquel entonces), el espacio, los climas y la ubicación geográfica definían las características físicas y el desarrollo intelectual de los seres humanos. Los climas americanos producían que los habitantes de este contienen tuviesen un nivel evolutivo mucho menor que los europeos, de allí que se confiara en que los nacidos y residentes en América no contaban con las capacidades suficientes para alcanzar importantes escaños políticos, económicos y sociales como sí las tenían quienes procedían del Viejo Mundo.

En las disertaciones de su referida obra, Clavijero hizo una defensa de las sociedades americanas del pasado, intentando compararlas y ponerlas al mismo nivel que las europeas. Su defensa fue esa, equiparar ambas poblaciones utilizando la vara de medición europea, proyectándose en lo europeo, pero descalificando a los habitantes de otras regiones del orbe que, a su juicio, sí respondían a un nivel cultural y civilizatorio menor que los reinos del Viejo Mundo.

La cultura occidental se ha manifestado por medio de diferentes vías y en la historia americana está presente, al menos, desde finales del siglo XV con los primeros contactos indo-hispanos. Esas tradiciones occidentales imperaron y lo continúan haciendo porque fueron reinos de occidente (España, Francia, Portugal e Inglaterra) quienes ejercieron el dominio político de los territorios americanos. Por eso no resulta extraño que aquello que se salga de los alcances de ese marco común occidental sea visto con cautela, incluso con un temor no pocas veces peligrosamente imaginario, cuya animadversión nos hace casi siempre alejarnos de ello.

Un claro ejemplo de ese marco cultural común imperante, y de su influencia en la vida contemporánea, lo puede constituir el asunto de las vacunas que ayudan a elaborar anticuerpos para disminuir la agresividad del virus causante del Covid-19. En las últimas semanas, al menos en México, se incrementaron las dudas sobre la efectividad de la vacuna rusa Sputnik V, no tanto por sus resultados, sino por su origen.

Se cuestionó que Sputnik V no hubiese publicado los resultados de la fase III de su proceso y que aún no fuese aprobada por organismos internacionales, pero sí por países no europeos. Mientras que, en una situación más o menos similar, se brindaron certezas a Pfizer de manera casi inmediata y se creó en torno a esta farmacéutica una burbuja de confianza como si las vacunas respondiesen a ideologías y no a un interés de salud pública.

Vamos, los comentarios y percepciones se han dividido entre quienes desean una vacuna y los que prefieren otra por tener desconfianza en una de ellas. El detalle es que esa confianza tal parece que no deriva de la evidencia científica, sino del origen de la vacuna que no responde a la tradición de occidente. Esto no solo ocurre con la vacuna rusa, sino con los proyectos chino y cubano, mismos que también están en desarrollo.

Si bien hay quienes afirman que el rechazo a la vacuna rusa es un resabio de la Guerra Fría, a mi juicio lo que sucede es que estamos insertos en una cultura occidental imperante y bajo intereses políticos y económicos que no podemos hacer a un lado. Las vacunas también son un negocio, y aunque ahora estemos ante un problema de salud pública mundial no dejan de serlo. Las eurofilias y las rusofobias también son otro problema que no hay que dejar de atender.

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