Historia y legitimación

El discurso histórico está entrelazado a la actividad política y a la legitimación del poder gubernamental.
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En una ceremonia realizada en Palacio Nacional el pasado 22 de febrero, en torno al aniversario luctuoso de Francisco I. Madero, Beatriz Gutiérrez Müller, esposa del presidente de México Andrés Manuel López Obrador, fungió como única oradora. En su discurso refirió el trato que la prensa de aquel entonces, de la primera década del siglo XX, otorgó a Madero, lo cual fue interpretado como una referencia al papel que los medios de comunicación, principalmente los periódicos y revistas de circulación nacional han tenido con respecto al gobierno federal actual.

Las críticas no se hicieron esperar, las redes sociales se encendieron ante tales afirmaciones, cuestionando los dichos y reprochándole a Gutiérrez Müller el uso político de la historia. A esta experiencia se suman una serie de acciones que el gobierno federal ha realizado, y que lo han vinculado con la utilización del pasado como arma para favorecer una imagen o los proyectos y políticas emprendidos por el gobierno federal. Por ejemplo, el interés de hacerse llamar la “Cuarta Transformación”, asumiéndose esta administración como generadora de un nuevo régimen político y estilo de gobernar que se traduciría en una dinámica nacional distinta donde, en teoría, se cimentaría un nuevo pacto social y una sociedad más plural y justa.

Habría que agregar, entre otras cosas, que en la imagen oficial del gobierno de México aparecen algunos de los personajes más significativos de la historia mexicana. Imagen que, por si fuera poco, hace unos días sirvió como arquetipo de un mural que a finales de enero de este año fue inaugurado por el alcalde de Culiacán, Sinaloa, donde aparece la figura del presidente López Obrador a la altura de José María Morelos, Miguel Hidalgo, Benito Juárez, Madero y Lázaro Cárdenas. No está de más hacer referencia al apodo que Enrique Krauze le confirió a López Obrador de “Mesías Tropical”, haciendo alusión a la carga de promesas que ofrecía el entonces aspirante a la presidencia para llegar al poder.

Sin embargo, aunque es muy evidente la carga que el gobierno federal actual le está otorgando a la historia, que por cierto es de carácter oficialista, no es propio de esta administración el uso faccioso del pasado para reivindicar un proyecto o una imagen, o bien para contribuir a la consolidación de una nación que nunca ha existido, basándose en fechas y biografías de algunos personajes de la historia mexicana.

Sin que esto resulte ocioso, sería cuestión de revisar algunos episodios del pasado donde, bajo sus propios contextos, se utilizó el propio pasado para proyectar una ideología o pensamiento en determinados sectores de la sociedad. Pienso, por ejemplo, cuando a finales del siglo XVIII, el jesuita novohispano Francisco Javier Clavijero, en su Historia Antigua de México, elogió a las antiguas sociedades del centro de la Nueva España para reivindicar su figura como español (insisto, no indio) nacido en América.

Viajemos casi un siglo adelante en el tiempo y detengámonos en la publicación de la obra dirigida por Vicente Riva Palacio, que congregó toda la historia de México, desde la época prehispánica hasta sus tiempos, con el fin de dotar de una consciencia nacional al país recién pacificado. La primera mitad del siglo XX, en particular el periodo inmediato a la revolución de 1910, también ofrece ejemplos del uso estatal de la historia a partir del pensamiento nacionalista, donde unos de sus referentes son los murales de Diego Rivera en Palacio Nacional, quien pintó de manera “grotesca” a los conquistadores hispanos.

El uso de la historia con fines políticos está bastante ligado a todos los regímenes de gobierno y no de casos particulares o aislados. La excepción sería no encontrarlo. Solo basta con revisar los discursos gubernamentales o, por ejemplo, el interés por proteger los monumentos públicos; esto último lo refiero a raíz de las protestas del año pasado que amenazaron con derribar estatuas de colonizadores europeos en distintos países del mundo.

En las sociedades antiguas, las modernas y las contemporáneas el discurso histórico está entrelazado a la actividad política y a la legitimación del poder gubernamental. A conveniencias, claro, pero está.

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