Es realmente enriquecedor observar como muchos padres de familia y profesores se han esforzado en este regreso a clases.
Muchos adaptaron sus hogares para que sus hijos tuvieran un pizarrón, plumones de colores, tablas de multiplicar y una computadora para tomar clases a distancia.
¡Bien por ellos y su gran esfuerzo!
Y en ese reconocimiento también entran los maestros que recibieron a sus alumnos con emotivos mensajes, con vocación de enseñar a la distancia.
Pero… No todo es miel.
Si me lo permiten escribiré en primera persona.
Tengo cinco vecinitos y lo escribo así, porque ninguno tiene más de 10 años. Desde que inició la cuarentena los he visto trabajar, jugar y ganarse la vida.
Son dos niños y tres niñas. Ellos hacen de todo para salir adelante, me llama la atención su sonrisa, casi siempre están contentos hagan lo que hagan.
Ellas juegan mucho, la mayor cuida a sus dos hermanitas. Son delgadas y muy bonitas. Viven en un cuarto pequeño a la orilla de la carretera.
Los cinco regresaron a clases… no en las mismas condiciones que muchos estudiantes “con mejores oportunidades”, pero estoy segura que sabrán salir adelante.
En México, las desigualdades económicas son enormes y la pandemia de COVID-19, vino a evidenciarlas.
El regreso a clases no fue igual para todos. Una frase trillada… pero que no debería dejar de preocupar a las autoridades.
Afuera hay muchos niños que no regresaron a clases, pues están en el campo cosechando, o trabajando para ganarse la comida del día.
No fue igual para todos y eso debería dolernos como sociedad, no deberíamos de normalizar las consecuencias de la pobreza y ocuparnos para que todos los niños tengan las mismas oportunidades.
