Tiempos presentes ¿Dónde quedan las humanidades?

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          México cuenta con varios grupos minoritarios cuyas carencias de acceso a la información y los servicios médicos los hacen parecer ignorantes ante la opinión pública, y poco se atiende la brecha social que produce esa “ignorancia”.

Antes de iniciar con esta primera colaboración quiero extender mi agradecimiento a Germán Zepeda y todo su equipo por la invitación a participar, todos los jueves, en esta plataforma. Cuando la invitación llegó a mí, la idea fue clara: reflexionar, bajo una perspectiva histórica y de largo aliento, las problemáticas y el acontecer vigente en nuestro estado, el país y el mundo.

Así que el agradecimiento no es únicamente a título personal como historiador, sino como representante en este espacio de las Ciencias Sociales y las Humanidades, que en tiempos como el que ahora nos toca vivir parecieran ser áreas del conocimiento menos pertinentes. Es cierto que a la luz de la epidemia que ahora asola al mundo, las ciencias de la salud retoman un papel fundamental para el tratamiento de la enfermedad, el desarrollo de una vacuna en los próximos meses y la disminución del alcance de la epidemia de Covid-19; sin embargo, no debe suponerse que un problema de salud pública impactará únicamente en el bienestar físico de la gente.

En países de América Latina donde las brechas sociales están fuertemente marcadas y aumentan mayoritariamente en función de la pertenencia a un grupo indígena, el color de piel, el lugar de residencia y con ello los servicios de salud o el desconocimiento del español por una lengua materna originaria, las consecuencias de la pandemia son más intensas. Hay que matizar: esto no es una problemática nueva.

Por poner tan sólo un ejemplo, valdría la pena cuestionar cómo está llegando a los lugares con población con mayoría indígena, la información referente a las disposiciones que el gobierno, en materia de salud, está determinando para disminuir la rapidez de la propagación del nuevo coronavirus.

Varios estudios nos han demostrado que, tanto en tiempos virreinales como en los siglos del México independiente, el acceso a la información por parte de los grupos indígenas muchas veces estuvo condicionado a la manipulación y a la mala interpretación de los mandamientos civiles o eclesiásticos, mismos que desde las altas esferas y desde el parecer de la población no indígena se calificaron como vestigios de una ignorancia inmemorial.

En tiempos de crisis, de inestabilidad y dudas sobre el futuro cercano es común que algunos sectores de la población estén interesados en buscar culpables de unas circunstancias de las que todos, en cierta medida, hemos contribuido a construir. La pertinencia de las Ciencias Sociales y las Humanidades, ni en estos casos ni en otros es el de ser disciplinas de carácter moral. Antes bien, constituyen ciencias necesarias para estudiar los cambios sociales que la pandemia traerá consigo. Es, en otras palabras, el mecanismo para estudiar lo que hay debajo del iceberg del Covid-19.

Debo advertir que no soy el primero en hacer este señalamiento, pero estoy interesado en subrayar las circunstancias latinoamericanas, y particularmente las mexicanas. A diferencia de los países de primer mundo, —insisto— México cuenta con varios grupos minoritarios cuyas carencias de acceso a la información y los servicios médicos los hacen parecer ignorantes ante la opinión pública, y poco se atiende la brecha social que produce esa “ignorancia”.

Quizás el tiempo para actuar —por ahora— es poco, pero lo que bien ha evidenciado la epidemia es que existe un problema de larga duración que requiere soluciones reales. Y en efecto, las Humanidades pueden y deben cooperar en que a la luz de la búsqueda de soluciones se respeten y se mantengan las costumbres, formas de vida, prácticas y creencias de los grupos vulnerables.

 

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