Conforme se acercan las fechas de fin de año se presentan las oportunidades para hacer una autocrítica, así como una evaluación de nuestro entorno, sobre lo que va bien y lo que podría ir mejor. Y, sumado a ello, aparece también un listado de buenos deseos cuyo compromiso de cumplir se efectuará para el año entrante. Desde leer un libro, tomar clases de un nuevo idioma, visitar a algún familiar con el que se haya perdido contacto. En fin, todos son buenos deseos, dignos de realizarse, mientras contribuyan al beneficio personal y, consecutivamente, al del resto.
En México, durante los meses recientes, mucho se ha hablado de la pérdida de credibilidad del sector intelectual del que constantemente la sociedad civil y el gobierno se nutren para formular opiniones y conducir políticas o acciones sociales. Sin embargo, los intelectuales en México, por medio de casos muy notables, han sido cuestionados públicamente por sus opiniones que parecen que en diversos momentos parecieron abandonar el espíritu lógico o científico para basarse en criterios emocionales, de filias y de fobias.
A esto debe agregarse lo que en los últimos años hemos atestiguado acerca del manejo irregular de recursos públicos por parte de algunos intelectuales o la recepción de cantidades importantes de dinero por periodistas y líderes de opinión que, en cierto modo, compromete la emisión de comentarios/opiniones con tal de no afectar a quien ostenta el poder. Todo lo anterior deslegitima y ensucia a un grupo que, se supondría, debería ayudarnos al resto de la población a mejorar nuestros criterios de evaluación de quienes tienden las riendas del país.