La infodemia y los riesgos sociales del Sputnik V

Si bien es cierto que la vacuna rusa se pone en duda porque la OMS desconoce los estándares y protocolos a los que fue sometida, no sería extraño suponer que un porcentaje poblacional cuestione su efectividad por ser “comunista”.
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Sputnik V es el nombre con el que se denominó a la vacuna que el martes de la semana pasada, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, presentó como la primera para hacer frente al virus SARS CoV-2, causante de la enfermedad Covid-19 que hoy, después de medio año, mantiene al mundo en una constante vulnerabilidad sanitaria. Países que ya habían comenzado a levantar su confinamiento han vuelto a imponerlo —aunque de manera focalizada— ante los rebrotes y el aumento del número de infectados; mientras que otros como México, continúan cada día aumentando los casos activos y fallecidos.

Ante lo que parece ser un problema sumamente complejo para el mundo, salvo para Nueva Zelanda que hoy lleva más de 110 días sin casos nuevos —pues hasta los países que implementaron un confinamiento obligatorio no se han liberado aún del riesgo epidemiológico—, la aparición de una vacuna que otorgue inmunidad ante el nuevo coronavirus parece ser la última y más importante de las acciones para ponerle fin a la pandemia.

En ese sentido la carrera sanitaria por elaborar y patentar una vacuna inició desde el hallazgo del nuevo virus, pero hasta el momento ninguno de los proyectos ha aprobado las tres fases a las que se debe someter un producto de esta naturaleza, ni en tiempo ni en forma. Ninguno, a excepción —al parecer— de la vacuna rusa “bautizada”, como ya fue referido, Sputnik V.

            Sputnik no es un nombre casual. Sputnik I fue el primer satélite artificial puesto en órbita terrestre por el ser humano en octubre de 1957. Sputnik II fue la segunda cápsula lanzada, apenas un mes después de la anterior, tripulada por Laika, una perrita que se convirtió en el primer ser vivo en el espacio, así como el primero en morir en él. Sputnik III fue otro satélite, lanzado en mayo de 1958. Finalmente Sputnik IV fue el nombre de un satélite, lanzado en mayo de 1960, que al mismo tiempo fue el primer prototipo de vuelo para la nave espacial Vostok, misma que al siguiente año enviaría al primer ser humano al espacio.

Todos, tanto cápsulas como satélites fueron lanzados por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), entidad política socialista que, al desintegrarse en 1991, se fragmentó en diferentes estados, entre ellos la Rusia actual. El lanzamiento del primer Sputnik marcó el inicio de la carrera espacial en plena Guerra Fría, entre Estados Unidos y la URSS, siendo esta última, la aparente ganadora al enviar el primer satélite, el primer ser vivo, el primer hombre y la primera mujer a la órbita terrestre.

Luego del ascenso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos en 2017, los constantes comentarios característicos de este mandatario contra Rusia reanudaron la discusión entre historiadores y politólogos, esencialmente, sobre la existencia de una “nueva Guerra Fría” o la consecución en una etapa diferente del interminable conflicto entre ambas potencias. Más allá de esta discusión teórica, me interesa dejar en claro los efectos sociales posibles de una vacuna como Sputnik V de la que ni siquiera la Organización Mundial de la Salud (OMS) tenía registro.

            Aunque para muchos parezca extraño, siendo 2020 el año en que vivimos, existe un porcentaje de personas en el mundo confía que la Tierra es un planeta plano y no esférico. Otro porcentaje más pone en duda la eficacia de las vacunas, y en un terreno más peligroso, las responsabiliza de producir enfermedades en los seres humanos. Así pues, si bien es cierto que la vacuna rusa se pone en duda porque la OMS desconoce los estándares y protocolos a los que fue sometida, no sería extraño suponer que un porcentaje poblacional cuestione la efectividad de esa vacuna por ser “comunista”.

Insisto que para algunos lectores estos planteamientos pudieran parecer descabellados, pero tan sólo baste recordar que en México, en las últimas semanas se ha desarrollado un grupo de extrema derecha de cristianos y católicos ultra conservadores que han exigido la renuncia del presidente mexicano porque el país está a punto de instaurarse en el comunismo.

Con intenciones maniqueas o no, el riesgo —consciente o inconsciente— al que expone Rusia al mundo mientras no demuestre los protocolos que siguió, no sólo está en que la vacuna que desarrolló no sea efectiva, sino que amplios sectores poblacionales muestren escepticismo, duda y rechazo para aplicársela o aplicarse alguna otra cuya eficacia sí esté plenamente comprobada.

Este es uno de los múltiples escenarios que posiblemente se desarrollarán en las próximas semanas.

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