La utopía del (lejano) progreso

El progreso no es más que un deseo que, por más que se anhele, siempre estará fuera de nuestras manos concretarlo.
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Cada vez que se acerca la temporada de elecciones el ambiente político, económico y social se ponen tensos. No es algo particular en nuestro país; la lucha por el poder y lograr escaños en la toma de decisiones no son cualquier cosa. Sin embargo, cuando pensamos que la intensidad de las contiendas ha tocado límites, una nueva jornada electoral nos demuestra que estábamos equivocados. 

No obstante, algo que se mantiene constante es el discurso de un anhelado progreso que, por tal o cual motivo se quedó estancado, se movió para el rubro equivocado, o simplemente no era el progreso que se buscaba. No importan las ideologías políticas, sean compartidas o no siempre existe un asunto que se pudo hacer mejor si sus ejecutores hubieran sido otros.

La creencia en un progreso nacional está bien, es, al menos, una aspiración que todos (o al menos la inmensa mayoría) desearía. Sin embargo, no es más que un deseo que, por más que se anhele, siempre estará fuera de nuestras manos concretarlo. No es una noción particular de México; en el Estados Unidos que le dio la ventaja a Donald Trump en las elecciones presidenciales del 2016, el Make America Great Again fue, sin duda, la llave maestra de aquel triunfo. El discurso de que nuestros vecinos del norte caminaban por el rumbo equivocado convenció al colegio electoral de aquel país para darle la victoria al ahora expresidente porque la idea “pegó”. 

Sin embargo, el Estados Unidos que vimos durante la era Trump resultó ser, en términos concretos, el mismo país de los gobiernos anteriores; la novedad era, quizás, la poca vergüenza de Trump. El discurso de Joe Biden que le permitió vencer al político empresario fue la estrategia inversa, pero al final de cuentas, la misma: convencer al electorado que se debía regresar al camino trazado antes del trumpismo. Y entre otras cosas, convenció el interés de Biden por concretar una política migratoria arrastrada durante años, que continúa en la sala de espera.

Los gobernantes van y vienen, los políticos se transforman, pero allí siguen. Lo único que permanece casi inalterable es el ya conocido discurso de estar en el camino equivocado, de que se avanza por un rumbo desconocido o para el cual la nación no está destinada a llegar. No importa quién se encuentre en el poder.

Muy de cerca con esta noción está la figura del mesías, que si bien Enrique Krauze utilizó para calificar al actual presidente de México, el término sirve para calificar a todos aquellos aspirantes a cargos públicos que, bien o mal, se auto conciben como las únicas vías de “cambio” capaces de llevar al país a un progreso al que siempre estamos cerca de llegar, pero nunca llegamos.    

En los tiempos que se avecinan, merecería hacer hincapié en ello y reflexionar cómo esas construcciones vacías nos siguen acompañando y qué poder continúan teniendo en el ciudadano común.

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