Los daños invisibles

En los días recientes, el mundo ha revivido momentos de tensión luego de los acontecimientos registrados en Afganistán.
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En los días recientes, el mundo ha revivido momentos de tensión luego de los acontecimientos registrados en Afganistán. La retirada de las tropas estadounidenses que ocuparon aquel país durante dos décadas, la huida del presidente y la toma del palacio de gobierno por parte de los talibanes han puesto en jaque tanto la situación política en la nación oriental, así como la estabilidad internacional. Las políticas aún inciertas que aplicaría un grupo calificado como terrorista y extremista han causado conmoción en sus propios habitantes, que desconocen si el gobierno aplicará las mismas medidas coercitivas que implementaron cuando estaban en el poder entre 1996 y 2001.

Con un antecedente poco aceptado por la comunidad internacional, diferentes países y organismos comenzaron a actuar. El Fondo Monetario Internacional (FMI), por ejemplo, congeló cuentas que ascienden a unos 400 millones de dólares con el fin de que los talibanes carezcan de recursos para implementar su nuevo gobierno. Países como México pusieron en marcha, a través de la embajada mexicana en Irán, un programa para admitir en calidad de refugiados a afganos que deseen salir de su país, principalmente mujeres y niños. Y otro organismo internacional, como la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) conminó al nuevo gobierno y a la comunidad internacional a preservar, también, el patrimonio cultural de Afganistán.

Hace seis años, por ejemplo, el grupo terrorista ISIS hizo destruir varios recintos históricos como Palmira o reliquias pertenecientes al patrimonio histórico de Irak. Hace dos décadas, en Afganistán, los mismos talibanes destruyeron dos esculturas monumentales de Buda ubicadas en el valle de Bamiyan, al centro de este país. Sin lugar a dudas, uno de los daños, unas veces colaterales y otras no tanto, es el patrimonio material de esos territorios, y de los que quizás menos se habla. Claro que nunca podrán compararse con las vidas humanas que quedan destruidas con la guerra, pero tampoco podemos ignorar la dimensión que adquiere el destruir los testimonios del pasado. Finalmente, la reescritura de la historia es una forma más de dominio y poder; y su destrucción una manera más de cortar lazos con una tierra que no pocos, hoy, desean abandonar.

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