Los falsos antagonismos del presente

Ayer, muchos cayeron en la tentación de calificar el arribo de Biden como la panacea del 2021 y se olvidaron de que el mundo no se restringe a las decisiones de un solo individuo.
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Las clases de Historia de los niveles básico y medio superior, en nuestro país, continúan, en lo general, presentando un recorrido por el pasado a manera de conflictos entre héroes y villanos. Españoles contra indios, realistas contra insurgentes o liberales contra conservadores. Hasta cierto punto esta es una forma didáctica (pero no ideal) de explicar acontecimientos pretéritos. El problema radica en que buena parte de esta historia se concentra en la repetición de fechas y nombres de lugares y de personas; y, sobre todo, que en la mayoría de las veces se restringe a ser una narración de acontecimientos políticos.

            Esto genera a su vez un problema mayor, el de obviar o ignorar una serie de matices que, de ser considerados, romperían con la idea de una historia basada en antagonismos. Es decir, si al estudiar la guerra de conquista de Tenochtitlan se ponderan el contexto de las sociedades previas a la llegada del ejército cortesiano, el contexto internacional de las sociedades occidentales, los intereses de los conquistadores y los alcances de la propia conquista (solo por mencionar algunos puntos), podrán comprenderse las dimensiones de un proceso tan complejo que no pocas veces se intenta restringir a la fecha de su consumación: 13 de agosto de 1521.

Lo mismo sucede con otros sucesos del pasado; no hay alguno que se escape. De allí que resulte ocioso circunscribir las complejas relaciones humanas a un conflicto entre dos bandos. Por desgracia esta situación también ha derivado en que, cuando se le cuestione a un estudiante de nivel básico o medio superior si le resultan atractivas sus clases de Historia, la respuesta es, por lo general, negativa.

La realidad de los antagonismos tampoco se limita a los procesos sociales del pasado, también tiene implicaciones cuando se buscan analizar los acontecimientos de nuestro presente, por ejemplo, el cambio de poderes en Estados Unidos, como ayer aconteció. Ante un suceso de tales dimensiones la opinión pública se hizo notar posicionándose, en términos generales, a favor de Joe Biden y en contra del saliente mandatario Donald Trump.

            A mi juicio, el problema radica en suponer que estos dos personajes constituyen una realidad antagónica. Donald Trump, como estandarte de una dictadura, del supremacismo blanco, de la xenofobia, de los valores antidemocráticos y el desprecio de las instituciones; por otra parte, Joe Biden, la bandera de la democracia, de la paz, de los derechos humanos y del nacionalismo.

Derivado de estos posicionamientos, al igual que sucede al estudiar el pasado, pueden olvidarse los matices que vuelven complejo un asunto como es la transición presidencial. Se va Donald Trump, pero no se van los supremacistas blancos; se va Trump de la presidencia, pero Estados Unidos no puede suponer que también desaparecen la xenofobia y el discurso racial que parece crecer cada día más al interior de su sociedad.

            La evidencia es reciente, poco más de diez días antes de que Trump dejara el poder, simpatizantes suyos ingresaron por la fuerza al Capitolio demostrando que “la democracia por excelencia” es, ante todo, una utopía que ha logrado vender hasta en Hollywood.

No, Joe Biden no es el antagónico de Trump. El curso de las sociedades contemporáneas tampoco puede explicarse como una pelea constante entre dos bandos, el de los buenos y el de los malos. Ayer, muchos cayeron en la tentación de calificar el arribo de Biden como la panacea del 2021 y se olvidaron de que el mundo no se restringe a las decisiones de un solo individuo.

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