Los mexicanos y el espejo barroco

"Más allá de cuestionar la validez y pertinencia de lo que en esta última Semana Santa se vio en varios puntos del país, es necesario entender que no son prácticas incongruentes con la época actual"
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“Más allá de cuestionar la validez y pertinencia de lo que en esta última Semana Santa se vio en varios puntos del país, es necesario entender que de ninguna manera son prácticas incongruentes con la época actual”

Recién culminó una Semana Santa distinta a las que habíamos visto en los últimos años, pues casi todas las actividades religiosas relativas a ella fueron canceladas como medida precautoria ante el crecimiento de contagios por la epidemia de Covid-19. Subrayo “casi todas” porque hubo algunas que, con ausencia de gente o con poca de ella, sí se realizaron; quizás la más emblemática fue el Viacrucis que desde hace 177 años congrega a miles de feligreses en Iztapalapa, en la Ciudad de México, pero que en esta ocasión se realizó sin público.

Podrían enumerarse más ejemplos al respecto; los arzobispos de Toluca y Durango, recientemente, bendijeron sus respectivas ciudades mientras sobrevolaban desde un helicóptero; y el pasado Domingo de Resurrección, el arzobispo toluqueño hizo lo mismo en carro y en las principales calles de aquella ciudad. Más al sur, en el estado de Guerrero, el párroco de Taxco subió al techo de su parroquia y con el Santísimo en la mano bendijo la ciudad mientras los feligreses apuntaban unos espejos que reflejaron los rayos del sol en dirección al templo de Santa Prisca.

Sería cansado para el lector citar más casos parecidos que se repitieron en otras localidades y pueblos en México, mismos que hicieron patentes dos fundamentales propósitos: primero, no pasar por alto la conmemoración de la Semana Santa y en segundo lugar, funcionar como medio para que la población se sintiese protegida y segura ante los momentos de calamidad que la epidemia ha traído consigo.

En la misma tónica que centré mi comentario de la semana pasada, he de decir que estas prácticas religiosas, aunque parezcan extrañas y ajenas al mundo globalizado o “ignorantes” y hasta motivo de burla para un sector no pequeño de la población, son expresiones de religiosidad popular cuyos orígenes —sin poderle fijar una fecha— pueden situarse en el periodo virreinal; es decir, hace por lo menos cuatro siglos.

No han quedado olvidadas ni pertenecen a otro siglo las procesiones para pedir un buen temporal, las misas para implorar por un bien para una comunidad —como pudiera ser el cese a la violencia—, o sacar la imagen de algún santo o figura religiosa para paliar las acciones de la naturaleza. Muy al margen de la fe, válida para quien crea o no, me interesa aquí explicar que muchas de estas manifestaciones de religiosidad se gestaron en un tiempo inmemorial y han sido reproducidas a lo largo de infinidad de generaciones. Por eso resulta obsoleta la pregunta de aquel que desde la ignorancia y el sentido de superioridad cuestiona el “por qué lo hacen” con el afán de ofender, y no así de entender.

Estas prácticas son resabios muy evidentes de lo que los estudiosos han denominado cultura barroca, que en México prosperó entre los siglos XVII y XVIII, y cuyo mayor rostro se vio y continúa viéndose proyectado en la religiosidad de los mexicanos. Así pues, el Barroco que tanto hemos escuchado en nuestras clases de Historia, no se restringió a ser un mero estilo artístico, sino una forma de vida que permanece en nuestro día a día sin que seamos conscientes de ello. De sobra está decir que los intentos por cuestionar y limitar esa cultura barroca tampoco son característicos de nuestro tiempo.

Hay, pues, quienes todavía insisten que en la modernidad no hay cabida para los ritos y las creencias; que debe privilegiarse el uso de la ciencia y la razón, no como mecanismos de desarrollo, sino como principio unificador de las sociedades. Craso error, pues ¿cuál es la necesidad de poner a pelear modernidad y costumbre como si fuesen contrarios?

Más allá de cuestionar la validez y pertinencia de lo que en esta última Semana Santa se vio en varios puntos del país, es necesario entender que de ninguna manera son prácticas incongruentes con la época actual. Han evolucionado y se han adaptado a las necesidades presentes, pero sobre todo han funcionado. Son parte esencial de la sociedad cultural e históricamente mestiza en la que vivimos. Como mexicanos, valdría la pena mirarnos más seguido en el espejo para no desconocernos tanto.

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