¿Pues no que no éramos clasistas?

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Comportamientos clasistas y racistas ocurren de manera tan sutil en la vida cotidiana que incluso muchas veces pasan desapercibidos. Se han normalizado, bajo el amparo de “lo digo de broma”, “es por tu bien”, “obvio, no lo digo en serio”.

¿Cuántos de nosotros hemos sido víctima de un acto de discriminación, por nuestro color de piel, peso, ropa y escolaridad?

En México una de cada cinco personas ha sido discriminada, de acuerdo con los resultados de la Encuesta Nacional sobre Discriminación, y son los indígenas, las personas con discapacidad, mujeres, jóvenes y las trabajadoras domésticas, el blanco de los ataques.

El asesinato de George Floyd ha desencadenado una serie de movilizaciones, algunas brutales e históricas y muchas otras llenas de violencia, coraje e imponencia.

Luego de este hecho el #Blacklivesmatter se hizo tendencia en las redes sociales y México no fue la excepción. Sin embargo, frases como “Prietos”, “Nacos”, “Jodidos”, y “Chudos” se exhiben todos los días en Facebook o Twitter.

Calificativos, que a diario observamos, y el ejemplo más reciente es #LadyPizza, quién fue catalogada como “naca”, “pobre” y “chaca”, por su forma de expresarse y moverse en una situación. (Ojo, no defiendo su actitud agresiva en contra de los trabajadores de la pizzería)

Pero…

¿Pues no que no éramos clasistas?

Es necesario romper mitos y costumbres. Dejar de lado la doble moral y el pantone de referencia racial.

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