“¿Una epidemia catastrófica?”

Si eres de los que dicen que “nunca en la historia nos habíamos enfrentado a una situación como ésta”, te equivocas. En su análisis, Luis Fernando Vivero nos traslada a la época de las grandes pandemias mundiales.
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Es bastante común escuchar, y más en tiempos como el actual en que suceden acontecimientos “extraordinarios” (es decir, que salen de la cotidianidad), la frase “nunca en la historia nos habíamos enfrentado a una situación como ésta”. Este enunciado, un poco ambiguo, supone una certeza y una falsedad según se le quiera ver.

La falsedad está en que es difícil afirmar que en la historia no existe registro alguno de un acontecimiento (por ejemplo, una epidemia) con dimensiones o alcances similares a los que ahora tenemos con el nuevo coronavirus. Por otra parte, la certeza está en que, si bien ningún acontecimiento del pasado se repite, la pandemia de Covid-19 sí tiene elementos particulares que la hacen distinta a otras.

En diferentes momentos del pasado la humanidad se ha enfrentado a diversas amenazas epidémicas que han mermado el nivel demográfico de un país, una región o un continente. Dos grandes ejemplos, pero no los únicos, son la peste negra o bubónica que asoló Europa durante el siglo XIV; y la viruela, que disminuyó a más de la mitad la población nativa en la naciente Nueva España durante el siglo XVI.

Podemos matizar aún más las circunstancias de estos dos episodios en sociedades que existieron hace más de medio milenio: había un desconocimiento de la existencia de virus y bacterias; no existían los medicamentos ni vacunas para contrarrestar las infecciones; permeaba la ignorancia en los principios de la higiene médica como los conocemos ahora y dominaba la creencia de que las epidemias eran un castigo divino por el mal comportamiento humano. Sin lugar a dudas, la imagen dibujada dista mucho de lo que ahora estamos padeciendo.

Pero no vayamos tan lejos en el tiempo y trasladémonos al 2009, año del brote en México de la pandemia de influenza H1N1, es decir, hace poco más de una década. Evidentemente las circunstancias han cambiado y una de las primeras diferencias es el acceso a las redes sociales como Twitter y Facebook que hoy, además de ser espacios de encuentro social, son de las más importantes ventanas de acceso a la información sobre casi cualquier asunto. Tanto son el espacio para que las instituciones de gobierno y los medios de comunicación informen sobre el desarrollo de la epidemia, como también son los transmisores más directos de las fake news o noticias falsas. Es decir, el conocimiento (certero o no) de un fenómeno como el de la pandemia de Covid-19 y su alcance en un gran porcentaje poblacional se debe, en buena medida, a las redes sociales, lo que hace 11 años no ocurría.

Dicho de otro modo, el tener poco acceso a datos sobre algún acontecimiento del pasado no significa que no haya ocurrido; por otro parte, el hecho de que haya sucedido tampoco supone que tengamos un testimonio fidedigno de su existencia. Por eso, afirmar que una pandemia —como la que hoy afecta a casi todo el mundo— no ha tenido precedentes, no es del todo cierto.

Con todo esto, no intento afirmar que los estragos del Covid-19 sean minúsculos. Las miles de muertes, los millones de infectados en el mundo y el incremento de la pobreza (en América Latina, por ejemplo) son consecuencias visibles e innegables. Sin embargo debemos entender a la pandemia —en su justa dimensión— como una crisis de salubridad en el mundo en la que todos podemos contribuir a su solución, más no como un suceso “inédito”, “extraordinario” o (peor aún) de dimensiones catastróficas.

La ciencia ya está haciendo su trabajo. Confiemos.

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