En la época de las sociedades del Antiguo Régimen, siglos XVI a principios del XIX, la relación con la muerte era más estrecha, y esa estrechez mucho más generalizada. La esperanza de vida era menor y los riesgos de morir por enfermedad o por accidente eran altos. No había medicinas como las conocemos ahora y el avance de la ciencia en el mejoramiento de la calidad de vida tenía todavía mucho camino por recorrer.
Hace más de dos siglos, la creencia en la salvación o la condena eterna después de la muerte era habitual, de allí que la pervivencia y el anclaje tan marcado de la religión haya sido una característica sustantiva de las de las sociedades pretéritas. Era una práctica que se celebraran misas y demás sufragios en favor de las almas de los muertos, de manera que pasaran rápidamente del purgatorio al cielo, y las obras piadosas para ganar méritos en el tránsito celestial se realizaban de manera constante.
La siguiente semana se celebrarán en México los días en honor a las almas de los difuntos, los muertos o los ancestros. Las formas en que se manifiestan estas conmemoraciones son distintas en las diferentes regiones del país, aunque, si partimos de las ideas arriba referidas, un porcentaje considerable de estas prácticas se gestaron durante los siglos de la dominación colonial, pese a que se busquen justificar en el pasado prehispánico.
En efecto, estamos en un momento donde se ha intentado sacar a luz el pasado prehispánico de México, y no está mal, pero también debemos advertir que gran parte de nuestra concepción, así como de nuestras prácticas culturales presentes se definieron en los siglos coloniales y a lo largo de las décadas siguientes continuaron adaptándose a los nuevos tiempos. Por ejemplo, en el México prehispánico las acciones negativas o rechazadas por la sociedad se castigaban en vida y no después de la muerte, como lo indica el dogma católico. Asimismo, la concepción de un infierno o un espacio donde purgar las penas tampoco figuraba en la manera de pensar de los pueblos antiguos.